Francisco de Goya, como el resto de los ilustrados españoles, entre los que se encontraban Leandro Fernández de Moratín, Gaspar Melchor de Jovellanos o Francisco Muñoz, marqués del Roquedo, se encontró atrapado en una dilema sin solución. ¿Cómo armonizar su admiración hacia la Ilustración y los valores de modernidad que representaba Francia con la brutalidad de la invasión de España por las tropas napoleónicas?
La Ilustración francesa representaba la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero los ejércitos de Murat destruían esclavizaban y asesinaban a los españoles.
La Ilustración encarnaba la cultura, el avance y el progreso, pero los generales gabachos arrasaban todo a su paso, se daban al pillaje y arramblaban con todo aquello que tuviera algo de valor. Goya, en esos momentos tan difíciles y contradictorios para él, se movió entre dos aguas como muy bien sabía hacerlo y siguió de pintor real. Moratín, a punto de ser linchado después del Motín de Aranjuez, aceptó el puesto de bibliotecario mayor del rey José Bonaparte. Jovellanos, al que Godoy había encarcelado, al ser liberado en 1808 rehusó integrarse en el gobierno intruso y formó prte de las Cortes de Cádiz.
El marqués del Roquedo, uno de los mejores amigos de Leandro Honrubia desde que llegó a Madrid, intentó matar a Murat la víspera del levantamiento del 2 de mayo, pero fracasó y tuvo que huir a Cádiz.
Leandro Honrubia, menos ideologizado dada su juventud, disfrutó del momento en compañía de su amada Azucena Armendáriz, pero no tardó en verse obligado a tomar partido.
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