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MATAR A LA BESTIA (1)

Dudó un instante antes de disparar, es cierto. Ahora, varios meses después de aquello, tenía que reconocerlo. Pero fueron solo unas décimas de segundo. Pensaba que estaba completamente mentalizado para cumplir con esa misión que él mismo se había encomendado pero en el último momento la duda estuvo a punto de echarlo a perder.

Ahora se deleitaba al pensar en esa duda pues, probablemente, sirvió para que el presidente fuera más consciente de que iba a morir. De haber apretado el gatillo cuando debía seguramente el presidente hubiera partido hacia el otro mundo casi sin darse cuenta.
Sus compañeros lo felicitaban por ello.

La acogida que pudiera tener en la prisión fue lo que más le hizo vacilar. Había oído que a los terroristas los tenían apartados para evitar las iras de los presos comunes. Pero es que él no era un terrorista, no al menos como los que había padecido aquella sociedad, que mataban indiscriminadamente.
No, él acudió directamente a la cabeza. Así lo decidió cuando perdió toda esperanza. Su vida era irrecuperable pero gracias al plan que urdió con ayuda de una emisora de televisión, sus hijos podrían vivir cómodamente durante varios años, quizá para siempre si sabía seguir jugando sus cartas desde la prisión.
Cuando decidió hacerlo le sorprendió que los de la emisora no trataran de disuadirlo. Muy al contrario, le aconsejaron la recortada mejor que una pistola. «Hay menos posibilidades de error, y tienes dos tiros como los de un cañón».
Dicho y hecho.
Cinco cámaras apostadas en lugares estratégicos pero disimuladas para pasar inadvertidas, el corrillo de curiosos que nunca falta para ver a los que mandan, el tumulto de la prensa que trata de obtener unas palabras antes de la reunión en la sede del partido… Y él, con la recortada oculta bajo la gabardina, entre dos aguas, como el que pasaba por allí.
Cuando el objetivo se apeó del coche y caminó hacia la puerta, le bastó gritar «¡Presidente!» para que se volviera. Sacó la recortada y… dudo. Sí. Pero a su víctima se le esfumó del rostro la sonrisa prognata y más que nunca le pareció que usaba bisoñé. Al verse encañonado trató de gritar pero solo le salió un ridículo siseo.
Cerró los ojos al apretar el gatillo, pero los impactos fueron plenos. Lo mató en el acto.
Lo detuvieron sin oponer resistencia.
La emisora lo grabó todo. Fue el protagonista de los telediarios de todo el mundo durante una semana y volverá a serlo cuando se celebre el juicio.
En la prisión la mayoría lo recibió con comprensión y algunos con felicitaciones. «Has terminado con la Bestia, gracias».

 (sigue aquí)


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