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Mostrando entradas de diciembre, 2017

MATAR A LA BESTIA (2)

(continuación de Matar a la bestia) En la comisaría le dieron una paliza y lo humillaron. Querían saber quiénes eran sus cómplices. De nada le sirvió explicarles que era un parado enfermo de cáncer de páncreas al que iban a desahuciar la semana siguiente. No lo creyeron hasta que tuvieron en la mano la información del INEM, del banco y de la Seguridad Social. Era cierto. Le habían diagnosticado un cáncer de páncreas el año anterior y debido a las continuas inasistencias al trabajo, había sido despedido de la multinacional en la que trabajaba.  No pudo hacer frente a la hipoteca y el banco ya le había anunciado el desahucio. Para colmo, el oncólogo le comunicó, con gran pesar, que su cáncer era difícil y que a la Seguridad Social no le merecía la pena prescribirle el carísimo tratamiento que necesitaba para alargarle la vida unos meses. Aunque si quería podía pagárselo de su bolsillo…

MATAR A LA BESTIA (1)

Dudó un instante antes de disparar, es cierto. Ahora, varios meses después de aquello, tenía que reconocerlo. Pero fueron solo unas décimas de segundo. Pensaba que estaba completamente mentalizado para cumplir con esa misión que él mismo se había encomendado pero en el último momento la duda estuvo a punto de echarlo a perder. Ahora se deleitaba al pensar en esa duda pues, probablemente, sirvió para que el presidente fuera más consciente de que iba a morir. De haber apretado el gatillo cuando debía seguramente el presidente hubiera partido hacia el otro mundo casi sin darse cuenta. Sus compañeros lo felicitaban por ello.

EL DÍA DE LA VICTORIA

Nadie sabía explicar, años después, cómo había sucedido todo aquello, unos hechos que cambiaron el rumbo del país de repente y de forma tan brusca. Era indudable que el cambio había sido bueno, que todos vivían mejor ahora, pero los historiadores, los politólogos, los sociólogos y hasta los psiquiatras seguían buscando una explicación desde entonces.

ASOCIACIÓN DE MALHECHORES

El magistrado ordenó a los acusados que se pusieran en pie. El Gobierno en pleno se levantó para escuchar el veredicto. Los acompañaban algunos militares, jefes policiales y otros miembros del partido que se habían lucrado con comisiones ilegales, extorsión, tráfico de influencias y privatizaciones indiscriminadas. — Los puedo condenar y condeno a diez años de prisión por constituir una asociación de malhechores para delinquir, valiéndose de ella para saquear las arcas del Estado de forma continuada durante cuatro años, para extorsionar a empresarios con el objetivo de obtener comisiones a cambio de obras públicas y contratos con el Estado, para traficar con información confidencial o reservada con la pretensión de situar a terceros afines en posición de privilegio en las privatizaciones de empresas públicas, así como formar un entramado de ocultación del dinero obtenido en paraísos fiscales.

ESCUPIR EN EL CAFÉ

Mario trabajaba en la cafetería del salón VIP del aeropuerto desde hacía diez años. Había puesto cafés a miles de personas. Por ella pasaban los personajes más importantes del mundo, desde cantantes hasta políticos. Era lugar de paso obligado para quienes trataban de relajarse unos minutos antes de embarcar o el sitio ideal para que el ejecutivo siempre atareado encontrara la tranquilidad necesaria para abrir el portátil y darle los últimos toques a ese informe que debía presentar nada más aterrizar en la ciudad de destino.

VENGO A POR TI

—Vengo a por ti, cariño —me dijo con ese sensual acento caribeño que siempre me ha cautivado. Me giré y la vi allí: una morena de apetitosos labios rojos y cuerpo sinuoso, recortada contra el fondo malva del club. Dejé a un lado mi tercera copa. Siempre tomo una por cada víctima. En el fondo soy un sentimental y me gusta brindar porque su tránsito haya sido feliz.

ADOLESCENCIA

Hacía muchos años que no pasaba por allí. Lustros, quizá. Pero el otro día mis pies se encaminaron solos, como si algo que yo ignoro los impulsara. Los dejé hacer, a ver qué pretendían.

JUSTICIA POPULAR

Solo se decidió al verlo tan desafiante por televisión. Tan ufano, tan crecido, tan prepotente. Riéndose de todos. Ni siquiera cuando el Consejo de Ministros dijo que no habría compensaciones. Tampoco el día que procesaron al juez que lo había encarcelado para que no destruyera pruebas.

RUIDO

Me incorporé mareado e iracundo. El camión de la basura bramaba como un avión en cabecera de pista. ¿No decía el Ayuntamiento que habían comprado vehículos silenciosos? No podía soportar más el ruido que me impedía dormir a todas horas, ya fuera por la noche o por el día. Cuando me acostaba de madrugada eran las chicharras para ciegos de los semáforos del cruce de abajo las que me hacían perder los nervios. En esa semana había llamado al Ayuntamiento no menos de diez veces para quejarme: “Oiga, que el problemas de los ciegos no es la sordera sino la falta de visión”. Pero no había forma. Y con aquel calor tórrido de agosto, cerrar las ventanas no era la solución. El caso es que llevaba casi dos semanas sin pegar ojo. O al menos esa sensación tenía.  Cuando no eran las chicharras de los semáforos o los camiones de la basura y de recogida de vidrios, eran la radial o la perforadora de las obras en la calle. O los niñatos en moto con escape libre, los borrachos que regresaban cantando

EN CALIENTE

El africano saltó la verja y, pese a estar herido por las concertinas, esquivó a los agentes que trataban de detenerlo a zancadillas. Se abrazó a los cooperantes que lo recibieron alborozados y se dejó caer consciente de que acababa de cumplir el sueño largamente aplazado en frías esperas y noches de miedo.