Llegado el momento oportuno el bribón se cambió el antifaz por la máscara de contrición y descendió de su pirámide, escalón tras escalón. Paseó entre los súbditos, acarició sus calvas y hasta vertió alguna lagrimita. La chusma, enternecida, le besó la mano, le tributó homenajes, le rindió armas y le lanzó vítores. Olvidó que era un hampón. Acabada la farsa, retornó por donde vino, por la escalera de siempre, a la pirámide perfecta.