Qué grande es la patria, Qué inamovible y señorial, con sus aromas de siempre, naftalina, recuelo y una miajita a churrito de feria. Impertérrita en los siglos, displicente y distante, fiel a sus santas querencias con qué arte de lacayos y beatas se prosterna ante sotanas, espejuelos y monteras. Aplausos y una copla rociera al rematador , resucitado -rodante y destintado- de entre los muertos y la chatarra. ¡Ay Jesús del Gran Poder, no me diga ezo que me remata usté, por miz hijo! Vítores a la gran cerda coronada, que avanza sobre su carro de oro y chapa, protegida por calaveras tuertas ( ¡Viva la muerte! ) con redobles, trompas y bayonetas. Qué derroche, qué pompa, ¡Qué vaciar de testículos sacros! ¡Qué remojón de vulvas santas! Ya llega brazo en alto, ya cabalga sobre cabezas ateas, indignadas, disidentes y condonadas. Dios mío, qué relajación de esfínteres tengo, el torso vencido, las rodillas dobladas, la mirada al frente, el pantalón caí...