Los servidores siniestros del ladrillo no paran ni en épocas de crisis. Parece que los mueve más un limpio y pundonoroso afán destructor del medio ambiente y del patrimonio histórico en el que fijan su vista de lobos que el deseo de enriquecerse construyendo hileras de chalets adosados, campos de golf y mazacotes infumables.
Ahora, según publica el diario El País, lo amenazado es el complejo histórico de Numancia, no ya las ruinas en sí, sino el paisaje que lo circunda, necesario para entender el asedio romano y la feroz resistencia de los numantinos. Con la anuencia de la Junta de Castilla y León (la misma que autorizó la tala brutal de un pinar abulense en el que anidaba la cigüeña negra y otras especies de alto valor ecológico) el proyecto pretende volver a cercar Numancia, aunque esta vez no con las legiones de Escipión el Africano, sino con gigantes descerebrados de cemento y uralita de un polígono industrial y de una urbanización llamada, ¡ironías de la vida!, Ciudad del Medio Ambiente. Quizá piensan los agresores que dotando a sus tropelias de semejantes nombres la cosa cuela mejor. Aquí, como en el famoso hotel que se construía en la playa del Algorrobico, en pleno parque natural del Cabo de Gata, los permisos oficiales están en regla (eso parece), lo cual no quiere decir que no se cometa un atentado en toda regla contra el Patrimonio español. Una cosa es la legalidad y otra el sentido común.
Pero esto no es nuevo y huele muy parecido a lo que sucedió en Toledo hace un par de años cuando la voracidad de los constructores y las administraciones sin dos dedos de frente pusieron en peligro los restos de la Toledo visigoda, que salió a la luz a la vera del Tajo. 1.300 viviendas tenían la culpa. Y a punto estuvo de consumarse el desastre porque, una vez más, la administración no cumple con su principal función: la de velar por el interés común.
La especulación no es algo nuevo en España, en contra de lo que pudiera creerse no nace con el desarrollismo. Tiene al menos más de 180 años de historia. Uno de los casos más antiguos lo protagonizó Mendizábal con su famosa desamortización en 1836. Uno de los inmuebles religiosos que desamortizó fue el convento de los Agustinos Recoletos, donde estaba enterrado el gran pintor Francisco de Zurbarán. El jefe de gobierno desamortizó y derribó el convento sin detenerse a pensar en el ilustre personaje que yacía allí desde hacía más de 150 años. El cuerpo de Zurbarán se perdió pero Mendizábal compró a muy buen precio el solar para venderlo después. Allí se levantó un taller de carruajes y años despúes en ese mismo lugar se edificaron la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico. Pero el sepulcro de uno de nuestros mejores pintores se perdió para siempre.
Por lo visto no hay forma humana de detener la especulación. Esa parece una batalla perdida desde hace siglos en España. Pero al menos podría evitarse cuando afecta al patrimonio histórico y cultural. Los poderes públicos deberían ser especialmente sensibles cuando se trata del patrimonio común.
La capital de los reyes godos parece que se ha salvado. ¿Se salvará Numancia de este nuevo acoso?
(Las fotos son de El País)
Comentarios
Publicar un comentario