La librería madrileña Traficantes de sueños (c/Embajadores, 35) me acogió el otro día en un acto organizado por Los Sábados Negros, que abren así una nueva temporada de charlas sobre novela negra después de haber dejado huella en la librería Muga, de Vallecas.
El acto fue muy cordial y entrañable con una treintena de personas que se interesaron por mi novela Sangre de caballo y por los personajes reales que dieron origen a los de ficción, el Legi de Parla y la Reme.
Expliqué cómo nació la novela. Fue gracias al diario de un toxicómano (un machaca) que fue intervenido por la policía en una chabola en la que se traficaba con droga. Los agentes quedaron estupefactos al hallar un documento escrito en un lugar así. Jamás les había sucedido algo parecido. Fue algo tan inaudito, les dije, como encontrar una nota manuscrita en las excavaciones de Atapuerca.
Cuando el diario llegó a mis manos, por recovecos que no conviene repetir en público, me dejó impresionado su contenido. Allí había de todo pero lo más maravilloso fue la historia de amor que descubrí entre dos toxicómanos: el Legi de Parla (un antiguo legionario con una profunda toxicomanía) y la Reme, otra yonqui que deambulaba por los poblados marginales de la droga en busca de su dosis diaria.
En ese diario se mencionaba a otras personas, desde compañeros de fatigas en el consumo de arrebujitos, hasta narcotraficantes de raza gitana. Andrés (nombre supuesto que atribuyo en la novela al Legi), cuenta en las páginas de su diario las tribulaciones por las que pasa en su trato cotidiano con los narcos, las humillaciones que recibe de ellos, sus enfermedades, como una hernia que se le sale cuando va a hacer de vientre. También refleja su ilusión por la chica que acaba de conocer, la Reme en la novela, de la que dice: "Y de cuerpo y cara no está nada mal. Sobre todo el culo que tiene, que lo tiene bien puesto, osea que no le sobra nada".
No faltan las esperanzas por salir de la droga, incluso especula sobre si es más duro el mono del caballo o el de la cocaína.
El diario, que con tanta fortuna llegó a mis manos, es ante todo, un poema de amor nacido del corazón de un vertedero humano. En un lugar donde las humillaciones son el pan nuestro de cada día y donde la dignidad debe llevarla uno dentro de sí mismo porque querer sacarla ante los demás es motivo de chanza, rídiculo o agresión.
A la vera de Manuel Rodríguez, el responsable de Los Sábados Negros, traté de llevar al auditorio el mensaje principal de este diario y de esta novela: que los toxicómanos, aunque nos asusten cuando nos cruzamos con ellos por la calle, son seres humanos como los demás, con los mismos sentimientos y los mismos temores; con padecimientos, sobre todo padecimientos, y que son capaces de experimentar en sus corazones el amor lo mismo que cualquiera de nosotros.
Me ha parecido pertinente copiar aquí algunas páginas de ese diario, que mostre a los asistentes al acto. En las dos primeras el legi cuenta sus inquietudes y, sobre todo, que ha conocido a la Reme, aunque expresas sus dudas porque también ha conocido a otra chica "que tampoco tiene desperdicio".
El acto fue muy cordial y entrañable con una treintena de personas que se interesaron por mi novela Sangre de caballo y por los personajes reales que dieron origen a los de ficción, el Legi de Parla y la Reme.
Expliqué cómo nació la novela. Fue gracias al diario de un toxicómano (un machaca) que fue intervenido por la policía en una chabola en la que se traficaba con droga. Los agentes quedaron estupefactos al hallar un documento escrito en un lugar así. Jamás les había sucedido algo parecido. Fue algo tan inaudito, les dije, como encontrar una nota manuscrita en las excavaciones de Atapuerca.
Cuando el diario llegó a mis manos, por recovecos que no conviene repetir en público, me dejó impresionado su contenido. Allí había de todo pero lo más maravilloso fue la historia de amor que descubrí entre dos toxicómanos: el Legi de Parla (un antiguo legionario con una profunda toxicomanía) y la Reme, otra yonqui que deambulaba por los poblados marginales de la droga en busca de su dosis diaria.
En ese diario se mencionaba a otras personas, desde compañeros de fatigas en el consumo de arrebujitos, hasta narcotraficantes de raza gitana. Andrés (nombre supuesto que atribuyo en la novela al Legi), cuenta en las páginas de su diario las tribulaciones por las que pasa en su trato cotidiano con los narcos, las humillaciones que recibe de ellos, sus enfermedades, como una hernia que se le sale cuando va a hacer de vientre. También refleja su ilusión por la chica que acaba de conocer, la Reme en la novela, de la que dice: "Y de cuerpo y cara no está nada mal. Sobre todo el culo que tiene, que lo tiene bien puesto, osea que no le sobra nada".
No faltan las esperanzas por salir de la droga, incluso especula sobre si es más duro el mono del caballo o el de la cocaína.
El diario, que con tanta fortuna llegó a mis manos, es ante todo, un poema de amor nacido del corazón de un vertedero humano. En un lugar donde las humillaciones son el pan nuestro de cada día y donde la dignidad debe llevarla uno dentro de sí mismo porque querer sacarla ante los demás es motivo de chanza, rídiculo o agresión.
A la vera de Manuel Rodríguez, el responsable de Los Sábados Negros, traté de llevar al auditorio el mensaje principal de este diario y de esta novela: que los toxicómanos, aunque nos asusten cuando nos cruzamos con ellos por la calle, son seres humanos como los demás, con los mismos sentimientos y los mismos temores; con padecimientos, sobre todo padecimientos, y que son capaces de experimentar en sus corazones el amor lo mismo que cualquiera de nosotros.
Me ha parecido pertinente copiar aquí algunas páginas de ese diario, que mostre a los asistentes al acto. En las dos primeras el legi cuenta sus inquietudes y, sobre todo, que ha conocido a la Reme, aunque expresas sus dudas porque también ha conocido a otra chica "que tampoco tiene desperdicio".
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