Siempre le ocurría lo mismo. Cuando se disponía a culminar un trabajo, aquel maldito vértigo le subía desde las tripas hasta la cabeza como si fuera un incómodo observador de su indudable pericia.
Lo había hecho una treintena de veces pero, indefectiblemente, por mucha experiencia que tuviera, aquella sensación tan desagradable como inoportuna aparecía para perturbarlo.
Naturalmente, no se lo había comentado a nadie y mucho menos a sus compañeros. Solo el psiquiatra que tenían a sueldo le había dado algunas pautas de comportamiento para ignorarlo. De momento, gracias a la terapia había conseguido reducir al mínimo la transpiración que acompañaba aquellos vahídos.
Resuelto a ignorarlo como el que da la espalda a un molesto mirón, empuñó la afilada cuchilla y tajó el cuello con la decisión del maestro. La sangre lo salpicó todo mientras un casi imperceptible suspiro de la víctima fue el anuncio de un trabajo bien acabado. Entonces sintió la esperada erección que llegaba tras el vértigo.
Lo había hecho una treintena de veces pero, indefectiblemente, por mucha experiencia que tuviera, aquella sensación tan desagradable como inoportuna aparecía para perturbarlo.
Naturalmente, no se lo había comentado a nadie y mucho menos a sus compañeros. Solo el psiquiatra que tenían a sueldo le había dado algunas pautas de comportamiento para ignorarlo. De momento, gracias a la terapia había conseguido reducir al mínimo la transpiración que acompañaba aquellos vahídos.
Resuelto a ignorarlo como el que da la espalda a un molesto mirón, empuñó la afilada cuchilla y tajó el cuello con la decisión del maestro. La sangre lo salpicó todo mientras un casi imperceptible suspiro de la víctima fue el anuncio de un trabajo bien acabado. Entonces sintió la esperada erección que llegaba tras el vértigo.
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