Si a usted le invitan a una boda en Japón, no le extrañe que, en la mesa nupcial, en lugar preferente, por delante de la familia de los novios, esté el jefe de alguno de los contrayentes, preferiblemente de él. Y que a los postres tome la palabra para hacer una loa de su empleado más eficiente.
Porque el trabajo es lo más importante en la vida de los japoneses y la empresa, una gran familia a la que no se puede defraudar. De hecho, es habitual que la semana de vacaciones pagadas que tienen al año (sí, solo siete días) no se la tomen nunca por «el qué dirán» de los compañeros. Tampoco se negarán a ir de copas para emborracharse con el jefe al terminar la jornada laboral. No saben decir que no, y menos si se lo pide el jefe. Con la curda acuestas reemprenderán el regreso a casa, una o dos horas de metro o tren dios mediante. Si no les compensa regresar a dormir a su domicilio, pueden quedarse en alguno de los hoteles cápsula que por el módico precio de 50 € abundan en las grandes ciudades niponas. Los hoteles cápsula son una especie de nichos en los que se puede dormir cómodamente y de paso se tiene la sensación de que has sido almacenado como un robo obrero a la espera de que vuelva a abrir la fábrica.
El Gobierno procura que los 14 días festivos que tiene el país a lo largo del año caigan en viernes para que los sufridos salaryman puedan disfrutar de tres días seguidos de asueto.
Es probable que esos días libres que rehúsan tomarse por no ser mirado mal por los compañeros, sirvan para cubrir los días de baja cuando la enfermedad se presenta. La sanidad es privada, el seguro cuesta unos 300 € mensuales y cuando van al hospital han de pagar el 30% del costo y las medicinas.
Apenas tiene paro. Hay empleo para todos. La cifra del 3% de desempleo que figura en las estadísticas oficiales, dicen, no es real, porque una parte importante de esos trabajadores no están en paro sino en trámite de cambiar de empleo. Un joven que se incorpora por primera vez al mercado de trabajo en una empresa mediana cobra unos 1.800 € el primer mes y tiene muchas posibilidades de haber doblado esos emolumentos al cabo de diez años de trabajo. Aunque es cierto que también hay mucho trabajo temporal para estudiantes y jóvenes que solo quieren sacarse algo para sus gastos. Es habitual que las tiendas tengan en la puerta a jovencitas pregonando con voz aflautada las excelencias de sus productos, desde heladerías hasta tiendas de manga.
Con estos mimbres no es extraño que Japón se transformara en una gran potencia cuando se abrió al mundo a finales del XIX y que se recuperara de forma tan milagrosa tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial hasta convertirse, hoy, en la tercera economía del planeta.
Las calles de las grandes ciudades, incluida la capital, Tokio, la urbe más poblada de la Tierra, están limpias como la patena a pesar de que no hay papeleras. Al contrario que en España, si no encuentran dónde depositar un papel o una botella, se la llevan a casa. Jamás tiran nada al suelo. «La basura, en casa», reza un dicho del país. Los residuos urbanos se recogen en días determinados, que son el momento en el que el ciudadano ha de sacar su bolsa de basura a la calle: los lunes los plásticos, los miércoles, la materia orgánica… Nada se desperdicia y después de el pertinente reciclado, los desechos sirven para construir (o ampliar) islas artificiales, como la moderna Odaiba, frente a Tokio.
El país funciona como un reloj gracias a sus modernas infraestructuras de transporte. El tren bala recorre el país de norte a sur a casi 300 kilómetros por hora y con una frecuencia de paso de tres minutos. El metro y el tren metropolitano son de una eficiencia y puntualidad inigualable en Europa. Exigencias necesarias para mover una masa humana enorme que se concentra en las grandes ciudades, ya que el 70% del territorio es montañoso e inhabitado.
Destaca también el relativismo religioso fruto de sus creencias ancestrales, basadas en el sintoísmo, una especie de animismo con gran carga simbólica, que fue enriquecido después por el budismo que penetró desde China.
Hoy día, los japoneses, muy supersticiosos, apenas distinguen entre las dos religiones, cuyos ritos y liturgias se entremezclan y conviven de forma ejemplar. Aunque los templos budistas están separados de los santuarios sintoístas, es fácil encontrarlos muy cerca, pegados incluso. Un dicho asegura que los japoneses nacen sintoístas y mueren budistas (les gustan más estos ritos funerarios), aunque se casan como cristianos. En realidad, estas bodas son una pantomima ya que la mayoría de las veces (en un país con solo el 1% de población cristiana) el cura es un tipo disfrazado.
De modo, que ya lo sabe, en esa boda a la que asista, deberá agasajar al jefe de la pareja, pero no termine de fiarse del sacerdote.
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