Ha pasado una década y la ciudad se ha puesto en pie y ha recuperado el pulso que quedó interrumpido de pronto por el huracán más devastador que se recuerda.
Nueva Orleans es una ciudad nueva y al mismo tiempo la misma que desde su fundación ha luchado denodadamente contra el agua, el viento, el clima y su propio paisaje.
Las cicatrices quedan y se pueden ver fácilmente en muchos puntos de la ciudad, en unos barrios más que en otros, pero la catástrofe la ha robustecido, aun a costa de mil quinientas muertes y millones de dólares en pérdidas.
He tenido ocasión de visitar Nueva Orleans este mes de agosto, durante una semana, y he podido comprobar el trauma causado por el Katrina, pero también que, diez años después, es de nuevo una ciudad muy próspera impulsada por sus dos grandes industrias principales: los astilleros del río Misisipi y el turismo. Por ese orden. Dispone de uno de los puertos más grandes de Estados Unidos y los muelles más extensos del mundo, con ochenta kilómetros, la mayoría de ellos en el río Misisipi, el que le da la vida y también la quita de vez en cuando.
Tuve la suerte de contar con un guía excepcional, Juan, un salvadoreño de 71 años que lleva veinte en la ciudad. Es un ingeniero agrícola que tenía una situación próspera en su país, en la industria azucarera, hasta que se arruinó y se marchó a Estados Unidos con lo puesto, como él dice. Hoy trabaja en una empresa de turismo, atendiendo a los hispanos que visitamos la ciudad, aunque Juan dice que esto para él es un placer y no un trabajo.
A bordo de su furgoneta, Juan me enseñó el mapa del desastre y me explicó, con sus grandes conocimientos de la materia, cómo se produjo en desastre del Katrina. Cuenta que la ciudad no se anegó por el desbordamiento del río, ni por la lluvia ni la tormenta del Katrina, sino por la rotura de los canales que extraen el agua del subsuelo. Nueva Orleans está construida sobre el descomunal delta del Misisipi, un terreno pantanoso en el que al agua aflora por capilaridad. Para evitar las inundaciones constantes por la elevación continua del nivel freático, se instalaron enormes bombas que sacan el agua del subsuelo y la conducen a grandes canales, algunos de los cuales discurren por encima del nivel del suelo. Los canales desaguan en el lago Pontchartrian y de este, al mar.
Lo que sucedió con el Katrina es que se rompieron esos canales en algunos puntos, vertiendo millones de litros de agua a las calles, lo que inundó el ochenta por ciento de la ciudad. Según Juan, de no haberse roto los muros de los canales, el Katrina habría pasado como un huracán más, con los daños habituales por el viento huracanado.
Las autoridades habían avisado de que se evacuara la ciudad pero no todos hicieron caso. “¿Cómo dicen ustedes en España eso de que viene el lobo?”, pregunta Juan. Lo habían anunciado tantas veces sin que pasara nada que en esta ocasión la pagaron caro quien ignoraron los avisos.
Juan se fue el domingo con su familia y el huracán golpeó el lunes. Pasó dos meses fuera de casa siguiendo las noticias desde un hotel en Houston. Lo primero que sorprende en el relato de Juan es la falta de un programa de evacuación de la gente. Él asegura que se evacuaron hospitales, asilos y centros similares, pero no a la gente corriente. “En este país hay que tener carro o no eres nada. Sin carro no puedes tener ni trabajo, a no ser que lo tengas junto a la casa”.
En resumidas cuentas, que quien tenía coche se fue y quien no lo tenía (Juan dice que todos tienen aquí), se quedó.
Otra pregunta que surge es ¿de qué vivió Juan dos meses en un hotel de Houston, sin poder trabajar? Cuenta, sin embargo, que a los pocos días recibió un cheque del Gobierno Federal de 4.800 dólares y poco después, otro por la misma cantidad. Y el día que fue a pagar el hotel le dijeron que ya estaba abonado por el Gobierno. Estos cheques, a fondo perdido, le llegaron porque, siguiendo las recomendaciones del Gobierno, se inscribió en una especie de registro de personas afectadas. Solo tuvo que dar su nombre y el hotel en el que se encontraba.
Fue la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) la que adelantó este dinero sin reparar en gastos, quizá porque la Administración de George W. Bush tenía remordimientos de conciencia por la lentitud con la que actuó.
Cuenta Juan que cuando la gente se enteró de que “regalaban” dinero, muchos se apuntaron a ese registro, incluso desde fuera de Nueva Orleans. A todos les enviaron un cheque ya que la urgencia no permitía comprobaciones, pero hoy día todos aquellos que cobraron de forma fraudulenta están encausados en procesos penales. El Gobierno trabajó lento pero seguro, sobre todo a la hora de verificar a quién fueron a parar los fondos.
El agua dejó aisladas a muchas personas durante varios días, sin agua, ni luz, ni alimentos. Fue esta gente la que asaltó los supermercados, pero, en su opinión, no fue (salvo excepciones) con ánimo de saqueo sino para sobrevivir.
Hoy, diez años después, la ciudad tiene un pulso impresionante, en la que los negocios, la industria y el arte vuelven a vibrar como en cualquiera de las grandes ciudades norteamericanas. Nueva Orleans es un centro de convenciones de gran importancia; tiene muchos museos, dos de ellos de primer nivel, el dedicado a la Segunda Guerra Mundial (en estos astilleros se construyeron la mayoría de las lanchas de desembarco del día D) y el de Arte (NOMA); las galerías de arte abarrotan la Royal street; los barcos de ruedas que describió Mark Twain navegan por el río repletos de turistas que cenan entretenidos por bandas de jazz; en los bayou (ríos entre los pantanos: swamp) se exhiben la fauna de los pantanos: con los aligátor (gators, para los de la casa), garzas, serpientes, nutrias, tortugas…
Pero el espectáculo mayor está en las calles, con la proliferación de bandas, músicos ambulantes, intérpretes de esquina y todo tipo de artistas musicales que abarrotan la ciudad, en especial en los barrios francés (French Quarter) y el colindante de Faubourg Marigny, también conocido por el nombre de su calle principal, la Frenchmen street. Nueva Orleans es la cuna del jazz y de Louis Armstrong, nombre que lleva su aeropuerto internacional.
La Frenchmen st. y la Bourbon st. son las calles emblemáticas de la música de la ciudad. La segunda, en pleno barrio francés, más frecuentada por los turistas, es un escaparate de clubes con música en directo, bares, pizzerías y locales para adultos que cada noche se conjuran en perfecta armonía para acoger a todo el mundo. Es fácil ver borrachos tirados en el suelo o gente brindando en los balcony (herencia española) de los garitos. Pero siempre con respeto absoluto al prójimo.
Tras el Katrina, Nueva Orleans se convirtió en una ciudad violenta, con un incremento brutal de los índices de criminalidad, pero hoy día, diez años después, es una urbe tranquila y también muy vigilada. Dice Juan que el turismo es la segunda industria de NOLA (así la llaman ellos) y las autoridades se preocupan mucho para que no haya delincuencia. También se dice que es peligroso aventurarse solo en los famosos cementerios, incluso Juan me dijo que solo se podían visitar el grupo organizado. Pero yo estuve un domingo por la mañana en el de Lafayette y no había el menor peligro.
Es cierto que hay muchos homeless (sin techo) que deambulan por las calles, piden limosna o cantan y tocan algún instrumento. Esto es debido, según mi guía, a que muchos de los obreros que acudieron para la reconstrucción, cuando acabaron las obras se quedaron aquí, sin oficio ni beneficio, enganchados a la vida hedonista que supura por cada poro de la ciudad. No en vano también la llaman Big Easy, por su supuesta vida fácil.
Nueva Orleans es una ciudad de fuertes contrastes, donde conviven un barrio francés de diseño dieciochesco, con edificios de dos plantas y balcones de rejas de origen español, un centro financiero con rascacielos y un District Garden de cuento de hadas, con mansiones coloniales semejantes a las que vimos en Lo que el viento se llevo. De hecho, aunque la famosa película transcurría en Atlanta, en Nueva Orleans han construido una réplica exacta de la casa de Tara, la plantación del filme.
Y todo esto en agosto, en temporada baja, porque el momento cumbre de la Ciudad del Vudú es el Mardi Gras, el martes de carnaval, cuando NOLA se pone realmente del revés.
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