La abuela yace muerta en su sofá con la cabeza reventada.
El inspector, después de examinarla superficialmente, se acerca al niño que permanece sentado al otro extremo del salón.
—Pablito, ¿por qué lo has hecho?
El niño, de unos diez años, se encoge de hombros. Está asustado y desconcertado.
—¿Has sido tú, verdad? —insiste el agente, dispuesto a afrontar el caso de otra forma. Nunca ha tenido que interrogar a un infante.
Pablito mira a su madre, a su lado, anegada en un mar de lágrimas pero tensa y expectante porque tampoco entiende cómo su hijo ha sido capaz de aplastar el cráneo a la abuela.
Finalmente, asiente.
—Era tu abuela. ¿No la querías?
Pablito hace de nuevo un gesto afirmativo con la cabeza, sin levantar los ojos del suelo.
El inspector se toma el interrogatorio con calma. No solo es un niño, sino el hijo de un compañero de la Unidad de Intervención. El padre ha sufrido un desfallecimiento al ver a su madre con el cráneo hundido como un huevo y ha sido llevado al hospital. El pequeño la mató mientras veía la televisión.
La madre dice que abuela y nieto estaban viendo una película de policías, concretamente de Clint Eastwood. Harry el Sucio se atreve a aventurar la desconsolada madre de Pablito.
—¿Por qué la golpeaste con el bate de beisbol de papá? —insiste el inspector.
El niño mira a su madre, que le insta a responder.
Por fin, con voz temblorosa, Pablito explica por qué lo hizo.
—Yo solo seguí el ejemplo de papá —se lo cuenta a su madre porque no se atreve a mirar al funcionario—. El otro día le preguntaste a papá por qué había golpeado con la porra a aquella mujer en una manifestación y dijo que era una vieja asquerosa que lo había insultado y que a la Policía no se la puede insultar…
—¿Y qué tiene que ver eso con lo que has hecho? —inquiere la madre con angustia.
—La abuela insultó al policía de la película. Dijo que era un cerdo asesino —a Pablito se le saltan las lágrimas—. Solo hice lo que me enseñó papá: aporrear a las viejas que insultan a la policía.
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