Decía un profesor mío de la facultad de Periodismo que Estados Unidos podría muy bien llamarse los Guetos Unidos debido a la diversidad de grupos raciales y nacionalidades que conviven allí, perfectamente agrupados por barrios y en gran armonía.
San Francisco es el paradigma de esta concepción de país formado por aluviones de inmigración perfectamente ordenada, colocada en la geografía de la ciudad como contenedores en un barco mercante.
Los barrios chino, japonés, italiano, hispano, el gay, el hippie… allí todo el mundo tiene su espacio perfectamente delimitado. Bueno, como sucede en otras ciudades norteamericanas, uno de los contenedores, el de Chinatown, siempre está abierto para que sus miembros invadan lentamente las calles fronterizas, en este caso las del italiano, que mengua en San Francisco igual que en Nueva York devorados por el empuje amarillo.
Pero san Francisco es mucho más que una acumulación de nacionalidades bien avenidas. Es un una gran ciudad pujante, con una enorme actividad cultural y económica, mimada por el turismo y con un clima envidiable, con temperaturas sin grandes extremos. Tiene toques hípster y un puntito de europea, consciente de su peculiaridad dentro de la gran amalgama que son los Estados Unidos. Y muy cara, aunque merece la pena hacer el esfuerzo por conocerla.
Es una ciudad fácil, pese a su enorme tamaño, con buenos servicios públicos, extraordinaria gastronomía y muy andariega aunque con fatigosas cuestas.
Pero también es la ciudad de los mendigos. Es fácil verlos deambular por la calle, sin meterse con nadie, con el gesto perdido, ausentes, y a veces, pidiendo. Alguien me dio una explicación que no acabo de creerme sobre la proliferación de gente sin hogar en esta ciudad. Al parecer, la mayoría son toxicómanos a los que el Ayuntamiento les paga quinientos dólares mensuales, cifra que cubre sobradamente sus necesidades vitales, lo que, unido a su clima benigno, provoca un efecto llamada. A cambio de la remuneración, han de someterse a un tratamiento de desintoxicación que los deja como zombis. Ese tratamiento cada vez es más fuerte hasta que acaba con ellos. De ser cierto, sobre lo que tengo muchas dudas, el método sería digno de la Alemania nazi.
Pero de lo que no cabe duda es de que pese a la gran masa de gente sin hogar que habita en los barrios centrales de San Francisco, no se ven altercados, ni asaltos, ni riñas. El turista puede sentirse seguro pese a que siempre rondan las entradas de los hoteles y puede vérselos agrupados tirados por el suelo en la céntrica Market street, los jardines del ayuntamiento o en el borde este del Golden Gate Park, justo en el inicio del barrio hippy, frente al comienzo de Haight st. No suelen molestar a nadie porque bastante deben tener con sus ensoñaciones, pero el miedo es libre y siempre hay gente de bien asustadiza que siente como una amenaza su sola cercanía.
La minoría más numerosa es la china. Tanto es así que el alcalde, Ed Lee, pertenece a esta comunidad. Chinatown es uno de los barrios más visitados, no solo por los turistas, sino por los propios sanfranciscanos de origen chino que viven fuera del gueto. Los sábados por la mañana, los autobuses que circulan por la avenidas Grant y Stockton, los ejes viarios que vertebran Chinatown, van llenos de gente de raza oriental que acude al gueto con el carro de la compra. Si este barrio es populoso de por sí, el sábado por la mañana está atestado, aunque merece la pena pasearlo con calma y disfrutar observando la enorme actividad comercial que tiene. La calle Grant es la más típica, la más turística, con predominancia de tiendas de regalos, electrónica y demás artículos para los turistas. Stockton es más auténtica, con mercados y tiendas de alimentación de todo tipo, en muchas de las cuales, la sola contemplación de los productos que exhiben en los estantes es fácil que revuelva más de un estómago europeo.
Llama la atención en el barrio chino la proliferación de templos de iglesias cristianas, de esas sectas de larguísimos nombres que se extienden por la geografía norteamericana al albur del luteranismo dominante. Naturalmente, estos edificios, encastrados entre restaurantes y tienda de regalos, tienen un diseño oriental que choca al visitante occidental, que tiene otra idea más clásica de lo que es una iglesia cristiana.
Chinatown crece hacia el norte lentamente, comiéndole espacio a Little Italy, el barrio italiano, que, como si temiera la invasión amarilla, marca su territorio con banderas tricolores pintadas en las farolas. Washington Square es territorio italiano. Allí está la catedral de San Pedro y San Pablo, el templo católico por excelencia, donde Marilyn Monroe y Joe DiMaggio se hicieron las fotos después de casarse en el Ayuntamiento de la ciudad. Ambos habían estado casados previamente por la Iglesia por lo que debieron conformarse con una boda ante un juez y las fotos en la puerta de la catedral.
Pero este es también el lugar favorito de los chinos, omnipresentes chinos, para practicar tai-chi. A todas horas puede vérselos, organizados en escuadrones uniformados con chándal, practicando su ejercicio favorito al ritmo de sones orientales salidos de un aparato de música que colocan en alguna de las esquinas de la plaza, ante la mirada indiferente de los homeless, que también abundan por aquí reivindicando su condición de paradójico gueto sin territorio en el que asentarse, expandidos por toda la ciudad, con predilección por las zonas verdes que les sirvan de acomodo para pasar la noche o sestear al sol.
En el barrio Hippie hay de todo. Desde auténticos restos vivientes de los años sesenta y setenta, que se mantienen cual dinosaurios fuera de tiempo, hasta los nuevos aspirantes que subsisten vendiendo todo tipo de artesanía, pasando por los hippies de pega, esos que se colocan los atuendos pertinentes para hacer la calle hasta el límite de Masonic Avenue, y luego regresar a sus casas como el que vuelve del trabajo.
El barrio gay, Castro, cada día más próspero y relevante, es uno de los mejor organizados. Se agrupa en torno a la calle Castro, con su histórico teatro del mismo nombre y la tienda de fotografía del activista por los derechos de los homosexuales Harvey Milk, hoy convertida en centro de actividades culturales. A la salida del Metro de Castro es posible encontrarse con una mesa informativa, en la que algunos voluntarios informan de las excelencias del barrio, los lugares visitables y los rincones más bellos. No perderse los curiosos pasos de cebra pintados con los colores arco iris de la bandera homosexual.
Casi colindante con este gueto del mundo gay está Mission District, el barrio hispano, uno de los más populosos y bullangueros de San Francisco, construido alrededor de la misión patrocinada por fray Junípero Serra (recientemente canonizado por el papa Francisco), conocida hoy como Misión Dolores y que se mantiene en pie desde su construcción, 1776, y que resistió incluso al terremoto de 1906. No obstante, la misión, llamada de San Francisco de Asís, fue fundada por dos franciscanos que llegaron en descubierta con el explorador español José Joaquín de Moraga, cuyo cuerpo reposa hoy en el lugar principal de la capilla.
En el barrio hispano, además de pasear por sus calles, de indudable sabor latino, no hay que perderse el Dolores Park, la misión que da nombre al lugar y los murales o grafitis del callejón Clarion, donde los artistas locales han dejado en las paredes constancia de su indudable arte con el spray.
El Japantown, más al norte, es un gueto más recogido y reconcentrado, más
propio del carácter japonés. Pequeño pero de indudable interés, hay que detenerse un rato en la Pagoda de la Paz, un regalo de Osaka, y a derecha e izquierda, centros comerciales muy particulares con muchos restaurantes donde tomar sushi a buen precio.
Pero los guetos no son más que una parte, y no la más grande, de San Francisco. Los barrios están enhebrados por otro conglomerado de lugares y monumentos que conforman un todo espectacular que convierten la ciudad en una de las más interesantes de visitar en Estados Unidos.
No olvidemos el archiconocido y siempre brumoso puente Golden Gate, que no es el más largo de la bahía, precisamente, y al que es tradición acudir en bicicleta alquilada; la impresionante Roca de Alcatraz, presidio en el que estuvo encerrado Al Capone y hoy convertido en un museo que es uno de los principales reclamos turístico; los muelles, con el famoso Pier 39,con su infinidad de restaurantes y sus plataformas flotantes para los leones marinos; el distrito financiero en el que destaca el rascacielos más alto de la ciudad, el Transamerican Pyramid, visible desde casi cualquier punto; las calles cuajadas de galerías de arte; los museos, como el De Young; el parque Golden Gate con su espectacular Jardín Botánico; las famosas colinas Twin Peaks, el punto más elevado de la ciudad desde donde es posible contemplar bellas panorámicas, o Lombard street, la famosa calle en cuesta haciendo zigzag en la que hasta los conductores de los coches que bajan van haciendo fotografías.
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