-Buenas, ¿es aquí donde le van a dar un bocata de mortadela a mi hijo?
-Sí, señora, pase al fondo deprisa que me hace cola.
-Pero, oiga, es que eso parece un vagón de tren…
-Y lo es. ¿Algún problema?
-Verá usted, no es que me ponga pejiguera pero es que a mi hijo se le revuelve el estómago cuando come en movimiento. Más en un vagón de ganado.
-No se preocupe que hasta que los niños no se terminen el bocata el tren no se pondrá en marcha.
-¡Ah, vale! ¿Y cuándo dice que regresa?
-Eso ya dependerá del niño.
-No le entiendo.
-¡Pues bien claro que está, señora! No los enviamos al extranjero para que regresen mañana. Cuando el chico sea mayor ya decidirá si quiere volver o no. Eso ya es cosa suya.
-¡Pero si solo tiene diez añitos!
-¡Anda la órdiga, ¿y los demás cree que vienen con la mili hecha? Venga señora, que me está haciendo fila, ¿deja al niño o no?
-¡Pobrecito, por un bocata!
-Por un bocata no, por las estadísticas.
-No se de qué habla.
-No importa. ¿Lo deja o no?
-¡Jesús, qué drama! para eso lo sigo enviando al cura.
-Usted verá, señora, pero ya sabe que nosotros no pedimos nada a cambio del bocata.
-Eso sí.
-Bueno, ¿lo deja o no?
-Sí, mejor será que se vaya…¡Ve con este señor, Pedrito, y pórtate bien, que no digan que enredas!
-Gracias, señora ya se puede marchar. ¡Cristóbal, tengo otro pobre para rebajar las estadísticas, díselo a Mariano! A ver, ¡siguiente!
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