La glorieta de Marqués de Vadillo es uno de esos espacios públicos de Madrid que tienen un carácter mestizo. Por un lado es un lugar de paso apresurado, con aglomeraciones a la salida del metro, de confluencia de calles por las que fluye gran cantidad de tráfico en busca de la M-30. Por las mañanas es el atascado desaguadero por el que miles de coches procedentes de Carabanchel y de los barrios y pueblos del sur de Madrid desembocan en la almendra central de la ciudad llevando al trabajo a sus adormilados ocupantes. Por la tarde es ruta de retorno.
Pero también es un lugar de encuentro y de descanso de los vecinos de este barrio carabachelero, fronterizo con los de Arganzuela y Usera. Cuando el tiempo lo permite, las terrazas de las cervecerías y establecimientos de comida rápida, instalados bajo sus característicos soportales, se llenan de clientes deseosos de tomar un fresco mientras contemplan la vida agitada de su alrededor, con el histórico telón de fondo del Puente de Toledo y el río Manzanares.
Marqués de Vadillo no es una glorieta cualquiera. Es el broche que cierra el espacio urbano cuyo elemento principal es el barroco Puente de Toledo, y del que forman parte también, por el norte, la glorieta de Pirámides, con sus dos obeliscos, y remontando la calle de Toledo, la Puerta del mismo nombre. No es casualidad que la glorieta se llame así. Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre, Marqués de Vadillo, era el corregidor (alcalde) de Madrid cuando se iniciaron las obras de construcción del puente, allá por 1718, y en cuyo impulso tuvo un papel decisivo.
Durante años ha sido así. Existía cierta continuidad arquitectónica entre glorieta y puente, con el granito como elemento común, pues desde hace décadas, los soportales de Marqués de Vadillo, estaban protegidos con unas poderosas barandillas rematadas con numerosas bolas de la misma piedra que conforma el puente.
Pero llegó el Ayuntamiento y, con el pretexto de remozar la glorieta, le ha practicado una cruel lobotomía, le ha privado de toda su personalidad al arrebatarle los granitos y sustituirlos por unas barandillas metálicas de todo a cien. También ha arrasado con las pequeñas zonas verdes en las que el césped y el follaje de los arbustos conferían algo de alegría y placidez a un entorno de por sí duro por la predominancia del asfalto y el humo.
El granito, eso sí, se ha colocado en el suelo, en unas losetas que se vuelven traidoramente resbaladizas cuando llueve.
La glorieta, que es cierto que necesitaba una limpieza a fondo, es hoy un descampado enlosado, un espacio amorfo, despersonalizado, uno más de la ciudad, y por obra de la piqueta, privado de la armonía artística que le vinculaba al monumento que lo nutría: el Puente de Toledo.
A continuación podéis ver una serie de combos fotográficos de como estaba la glorieta antes de las obras y cómo está ahora. Las fotos con el aspecto original son capturas de pantalla tomadas de Google maps. Las otras son mías. Hay que pincharlas para verlas en grande.
Como se puede apreciar, los granitos, aunque no son iguales ni tienen el mismo estilo que los adornos del puente de Toledo (fotos de abajo), si que tenían cierta continuidad estética:
Sin embargo, eran exactos a los que ornamentan el Puente de Segovia:
La última información es la que termina de rematar el escalofrío de las fotos anteriores. Y ahora aparecerá en presupuestos una empresa que habrá vendido los granitos de marras. No, si ya te digo yo que cada día tienen que disimular menos, total ¿alguien se rebota por ello?. Me refiero a "alguien, la mayoría". No, creo que no.
ResponderEliminarAbrazos.
Maño, no sé si me has entendido mal o yo no me expliqué. ¿Te refieres a los granitos del suelo? Cuando digo que se ha puesto granito en el suelo no me refiero a que es el mismo granito retirado previamente, ojo. Quiero decir que se elimina la ornamentación de granito de un sitio y se usan losas de granito para el suelo.
ResponderEliminar¿Es un galimatías?
Ah, ahora lo pillo. Que era muy pronto para entenderlo. Pero aún así... como que sigue siendo un galimatías político las retiradas y reformas absurdas que se van haciendo a lo largo y ancho de la geografía española. Como en Zaragoza hace unos años (bueno, en Zaragoza es cíclico y constante al margen del equipo de gobierno) y me imagino que como en todas partes. Huele a tufo que tira de espaldas. Peeeeeeero, como digo siempre, al final sí es cierto que cada pueblo tiene lo que merece ¿o no?.
ResponderEliminarYo creo que todos estos cambios a peor son intencionados. Si van empeorando el aspecto cada vez más llegará un momento que la gente les pida que lo demuelan para hacerlo nuevo...y en ese demoler y reconstruir se seguirán forrando los mismos.
ResponderEliminarUna pena progresar para peor.
Salu2
Maño, tienes razón, tenemos lo que nos merecemos (como colectivo). Eso no paro de decirlo yo.
ResponderEliminarMarkos, eso sucede con el Cabanyal de Valencia. Se deja abandonado y luego alegan su deterioro y marginalidad para derribar el barrio. Ahí la Rita se ha comportado como esos dueños de inmuebles que tratan de expulsar a los inquilinos para derribar el edificio.
Lo que no veo en M.de Vadillo es la necesidad de deteriorarlo a propósito porque el Ayuntamiento nada gana.
Si no se trata de que se beneficien las instituciones...si no las personas que las revolotean por dentro y por fuera. ;-)
ResponderEliminarSalu2
Pues va a ser eso. Los de las barandillas de todo cien se habrán forrado.
ResponderEliminarYa te digo.
ResponderEliminarNo queda el consuelo de partirse la tiesta tanto en la Gran Vía como en el barrio.
Vieras el chafarrinón de la Glorieta de Valle de Oro. Ay.
Hay que aprovechar los fondos del Plan-E y, de paso, poner el cazo y pagar favores.
Con el cazo habría que dar a más que uno en la cabeza.
ResponderEliminarPor la glorieta del Valle de Oro hace tiempo que no paso pero cuando lo haga le echaré un vistazo
LO que pasa es que odiais a nuestro alcalde y a nuestra presidenta y el odio no os deja ver ni vivir. ROJOS NO!!! por un Madrid en libertad!!!
ResponderEliminarA algunos no debería dejarlos salir del Imserso. Tú me entiendes, ¿verdad, querido anónimo?
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