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¿Es posible viajar al pasado, matar a mi abuela antes de que sea madre y regresar a mi propio tiempo sin que esto afecte a mi nacimiento? La respuesta que Félix Palma da a esta vieja paradoja nacida de los hipotéticos viajes temporales es un sí rotundo. ¿Por qué? ¿La muerte de mi abuela no evitaría mi nacimiento? Para el escritor onubense esto no sucedería porque, según la tesis que desarrolla en El mapa del tiempo (premio Ateneo de Sevilla, Algaida), el crimen no alteraría el devenir histórico ya escrito, sino que abriría un universo paralelo a partir de ese suceso anómalo. Ese mundo, divergente más que paralelo, me atrevo a añadir, se desgajaría de la línea natural del tiempo sucedido como la rama de un árbol se separa del tronco. Y podría haber miles de ramas si se produjeran miles de alteraciones con la de mi abuela.
El mapa del tiempo, magnífica novela que ha ocupado mi entusiasmo durante los últimos días, es un espléndido ejercicio de doma por parte de Félix Palma. Un ejercicio honrado en el que, sin trucos ni fraudes al lector, consigue culminar con éxito la titánica tarea de hilvanar todos y cada uno de los cabos de ese tiempo que surcan el relato como las nervaduras de una hoja y que tienden a escaparse por la tangente de la novela al menor descuido.
Es magnífica la ambientación que logra Felix Palma de la época victoriana, un tiempo en el que convivieron los arcaicos restos del pasado y el esplendor de la modernidad; los anticuados corsés que torturaban los delicados cuerpos femeninos y los relucientes cromados de las nuevas máquinas que comenzaban a surcar la tierra impulsados por los milagrosos motores de vapor; los estrechos prejuicios sociales de aquella estratificada sociedad imperial y las más desmesuradas y coloristas fabulaciones sobre el mundo, la ciencia y la técnica.
El mapa del tiempo, magnífica novela que ha ocupado mi entusiasmo durante los últimos días, es un espléndido ejercicio de doma por parte de Félix Palma. Un ejercicio honrado en el que, sin trucos ni fraudes al lector, consigue culminar con éxito la titánica tarea de hilvanar todos y cada uno de los cabos de ese tiempo que surcan el relato como las nervaduras de una hoja y que tienden a escaparse por la tangente de la novela al menor descuido.
Es magnífica la ambientación que logra Felix Palma de la época victoriana, un tiempo en el que convivieron los arcaicos restos del pasado y el esplendor de la modernidad; los anticuados corsés que torturaban los delicados cuerpos femeninos y los relucientes cromados de las nuevas máquinas que comenzaban a surcar la tierra impulsados por los milagrosos motores de vapor; los estrechos prejuicios sociales de aquella estratificada sociedad imperial y las más desmesuradas y coloristas fabulaciones sobre el mundo, la ciencia y la técnica.
Si se presta atención es posible incluso escuchar el crujido de los remaches metálicos de la ferralla industrial y oler el penetrante aroma que desprende la combustión de las farolas de gas. Todo ello envuelto en un turbio ambiente cuasi tenebrista que contrasta con el optimismo sobre el futuro que se vivía en la época. El mapa del tiempo sugiere una fusión de sensaciones entre el romanticismo tecnológico de Metrópolis y la ensoñación futurista de Blade Runner.
La remota pregunta que subyace en la novela no es tanto si se puede viajar en el tiempo y modificarlo, sino si acertaremos al tomar una decisión u otra en nuestra vida cotidiana, si no nos equivocaremos al tomar el camino de la derecha o el de la izquierda. Al fin y al cabo, la vida no es más que una sucesión constante de decisiones, de elecciones, de opciones entre varias posibilidades y, por ende, de descartes continuos.
Durante la presentación de la novela en Madrid (en el Hotel Kafka), el autor confesó que le resultaba muy difícil opinar sobre su obra y que iba forjándose una idea de lo que había escrito gracias a las opiniones de los demás. Querido Félix, espero haberte aportado mi granito de arena para que concluyas finalmente que has creado una gran obra.
La remota pregunta que subyace en la novela no es tanto si se puede viajar en el tiempo y modificarlo, sino si acertaremos al tomar una decisión u otra en nuestra vida cotidiana, si no nos equivocaremos al tomar el camino de la derecha o el de la izquierda. Al fin y al cabo, la vida no es más que una sucesión constante de decisiones, de elecciones, de opciones entre varias posibilidades y, por ende, de descartes continuos.
Durante la presentación de la novela en Madrid (en el Hotel Kafka), el autor confesó que le resultaba muy difícil opinar sobre su obra y que iba forjándose una idea de lo que había escrito gracias a las opiniones de los demás. Querido Félix, espero haberte aportado mi granito de arena para que concluyas finalmente que has creado una gran obra.
Querido Francisco: muchas gracias por la entusiasta reseña, que acabo de colgar en mi blog. Fue un placer conocerte y espero que coincidamos pronto. Un abrazo y la mejor de las suertes para tu nueva obra.
ResponderEliminarFélix
De nada, querido Félix, la novela es cojonuda y me hubiera gustado comentar algunas cosas más pero quienes saben de esto me insisten en que en los blogs hay que escribir corto porque los lectores no suelen pasar de las quince líneas. Lo que lamento es lo de Alejandro Sanz, presunto evasor de divisas. Ya sabes por qué lo digo...
ResponderEliminarUn abrazo