(continuación de Matar a la bestia) En la comisaría le dieron una paliza y lo humillaron. Querían saber quiénes eran sus cómplices. De nada le sirvió explicarles que era un parado enfermo de cáncer de páncreas al que iban a desahuciar la semana siguiente. No lo creyeron hasta que tuvieron en la mano la información del INEM, del banco y de la Seguridad Social. Era cierto. Le habían diagnosticado un cáncer de páncreas el año anterior y debido a las continuas inasistencias al trabajo, había sido despedido de la multinacional en la que trabajaba. No pudo hacer frente a la hipoteca y el banco ya le había anunciado el desahucio. Para colmo, el oncólogo le comunicó, con gran pesar, que su cáncer era difícil y que a la Seguridad Social no le merecía la pena prescribirle el carísimo tratamiento que necesitaba para alargarle la vida unos meses. Aunque si quería podía pagárselo de su bolsillo…
Dudó un instante antes de disparar, es cierto. Ahora, varios meses después de aquello, tenía que reconocerlo. Pero fueron solo unas décimas de segundo. Pensaba que estaba completamente mentalizado para cumplir con esa misión que él mismo se había encomendado pero en el último momento la duda estuvo a punto de echarlo a perder. Ahora se deleitaba al pensar en esa duda pues, probablemente, sirvió para que el presidente fuera más consciente de que iba a morir. De haber apretado el gatillo cuando debía seguramente el presidente hubiera partido hacia el otro mundo casi sin darse cuenta. Sus compañeros lo felicitaban por ello.