Dicen los teóricos de estas cosas que cuando una novela sale al mercado deja de pertenecer a su autor. Queda en manos de los lectores, dueños soberanos de la historia e intérpretes finales de cada uno de sus recovecos. Dicen que el autor debe respetar entonces las lecturas que a cada cual les sugieran aquellas letras que fueron pergeñadas durante meses en esa soledad física e intelectual propia del creador que en ocasiones resulta hasta dolorosa. La mayoría de las veces esas interpretaciones que los lectores hacen de los textos no retornan al autor. Solo esporádicamente alguien te comenta algo en alguna feria, en alguna firma, en cualquier sitio donde por casualidad te tropiezas con un lector. Es entonces cuando te haces una mínima idea del impacto que tus escritos han tenido fuera del círculo de amigos y familiares (del que no suelo fiarme porque siempre son excesivamente benévolos). El otro día tuve una experiencia de este tipo y fue de lo más gratificante. Una señora me dijo que ha